martes, 28 de febrero de 2012

Sobre la paciencia, el estoicismo y la inteligencia emocional

"Señor, dame paciencia... pero YA!!!!!"


La paciencia, una de las mayores virtudes y de las más olvidadas, a mi modo de ver uno de los pilares de la inteligencia emocional. No se trata de sentarse a esperar con pasividad o indiferencia a que los problemas se solucionen solos, sino de aprender a asumir estoicamente la necesidad del paso del tiempo para que determinados cambios se produzcan, al igual que un bizcocho no se cocina solo ipso facto, sino que requiere energía y tiempo. El ser paciente sufre menos las adversidades, las afronta con mayor entereza y madurez. La paciencia es pues, un rasgo de madurez y de una personalidad fuerte y requiere entrenamiento y perfeccionamiento constantes.
Pero aclaremos en primer lugar ¿qué es la inteligencia emocional?
Según se explica en la propia página web de los autores de este término (http://www.inteligencia-emocional.org/preguntas_frecuentes/index.htm), la inteligencia emocional es “la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos”. Podemos distinguir dos áreas: la intrapersonal, que reúne la autoconciencia, el control emocional y la motivación, y la interpersonal,             que comprende la empatía y las habilidades sociales. Resulta obvio que, si lo pensamos bien, la inteligencia emocional es la base de una convivencia y una interacción apropiada con nuestro entorno y con las personas que lo conforman.
Analizado desde este punto de vista podemos interpretar la paciencia como una faceta de la inteligencia emocional intrapersonal, que requiere un alto nivel de autoconciencia para poder identificar estados anímicos  de inquietud y desasosiego que nos permita ejercer un control emocional de forma dirigida e intencionada, es decir motivada, de modo que seamos capaces de recuperar un estado de homeostasis emocional imprescindible para un buen funcionamiento psicológico.
Otro concepto que considero interesante en este tema que tratamos es el estoicismo, sobretodo desde el punto de vista de la física. El cambio y el movimiento como motor creador de la vida, y el equilibrio como clave de su belleza y perfección, el lógos cósmico. Esta ley racional, aunque en el caso de la paciencia es un ingrediente esencial, no siempre es buena consejera, pues la objetividad pura no existe desde el momento en que un cerebro procesa lo observado, desde que el filtro ineludible de la subjetividad le dota de la imposibilidad de ser verdadero o universal. ¿A qué me refiero con esta afirmación? A que el vínculo existente entre paciencia- estoicismo e inteligencia emocional existe en tanto en cuanto entendemos que es relativo y no absoluto. Mi elucidación al respecto me dice que cada razón es personal y que aquello que llamamos razón universal es únicamente un patrón con ciertas similitudes pero que no representa en absoluto un funcionamiento psicológico único. Y posiblemente los entendidos consideren que estoy cayendo en una contradicción o en un error de comprensión, pero en cierto modo incluso esta afirmación apoyaría mi teoría. Es decir, no creo que el hombre, por el mero hecho de tener alma sea capaz de elucubrar la verdad de las cosas, o emitir juicios verdaderos, pues no creo que nuestra alma sea tan diferente de la de los restantes animales y por tanto no llega al nivel de conciencia o madurez suficiente para este menester.
Pero me he desviado de mi principal objeto, estudiar la paciencia. No es conformismo, no es pesimismo. Es optimismo y fortaleza. La paciencia se educa, se hace,  no nace, a pesar de que vengamos al mundo con  cierta predisposición, sin ensayo no hay éxito.  Aceptar que no tenemos control sobre todo lo que nos acontece nos dota de la capacidad de controlarnos a nosotros mismos. El mayor control es el autocontrol. Ejercerlo no siempre es fácil, pero es más justo para con nosotros mismos y con los demás. La paciencia es la energía, la actitud que nos lleva a ser justos, la mejor de las consejeras en momentos de debilidad o de conflicto, que va de la mano de la mesura y la  prudencia.
Y como decía Honrad Adenauer: “Caer no es peligroso ni vergonzoso, pero permanecer arrodillado es ambas cosas”, la entereza nos proporciona la dignidad necesaria para asumir nuestros errores y levantarnos, lo cual requiere de más paciencia que otra cosa.
Este escrito es un descarado elogio a la paciencia, la gran cordura que tanto cuesta respetar. Pero la gran pregunta que rondará por alguna cabeza es ¿sí, pero cómo? ¿cómo entrenar esta cualidad tan beneficiosa? He puesto de manifiesto su necesidad, sus grandes beneficios pero no he dado pistas sobre cómo lograrlo. En primer lugar porque yo misma me hallo en la tesitura de descubrir cómo, en segundo lugar porque creo que es labor de cada uno encontrar el camino que le lleve a su propia forma de paciencia. Sin esfuerzo no hay meta. No obstante estoy segura de que el primer paso es comprender de qué estamos hablando, contemplarla como una auténtica alternativa a la desesperación y al sufrimiento, absolutamente factible si nos lo proponemos. Y se empiezan con los detalles aparentemente más insignificantes del día, como esperar a ser atendido en un bar repleto de clientes o no caer en malas formas ante una mala contestación de un compañero de trabajo.
De modo que animo a todos a empezar a entrenar la paciencia, para así ser más equilibrados y justos, y por tanto un poco más felices cada día.